Un estudio genético indica que la capacidad para digerir el almidón de los cereales fue clave para la domesticación de los perros. Según algunos estudios, hace unos 15.000 años, posiblemente en algún lugar de la actual China, comenzó la domesticación de los primeros perros. Otros, sugieren que algunos fósiles de 33.000 años de edad de estos animales encontrados en Siberia indican que ya entonces se había logrado domesticar a los lobos. Por último, es posible que los enterramientos humanos de Israel de hace 11.000 años en los que se encontraron perros dentro de las tumbas puedan ser el indicio más antiguo de esa larga amistad entre el perro y el hombre. Parece que lo único realmente claro sobre cómo y dónde se domesticaron a los primeros perroses que no resulta fácil de determinar.
Pese a ser aparentemente menos útiles que una oveja o una vaca, compiten por la distinción de primera especie animal domesticada y aunque han servido para cazar o tirar de trineos, en buena medida lograron su puesto en la civilización al ganarse la amistad de las personas. Según investigadores del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, esta capacidad se debe a que parecen ser más hábiles que casi todos los animales a la hora de interpretar los gestos y el comportamiento social de los humanos, incluidos los primates no humanos.
Averiguar cómo entraron los perros en nuestra sociedad es una tarea que se ha mostrado difícil para la ciencia y ha generado intensas discusiones. Ahora, un equipo internacional de investigadores dirigido desde la universidad sueca de Uppsala ha realizado un estudio en el que creen haber encontrado pruebas sobre cómo se produjo el primer acercamiento entre perros (entonces aún lobos) y humanos. Según ellos, comenzaron a acercarse a las poblaciones humanas para escarbar en las basuras en busca de comida con la que completar su dieta.
Esta hipótesis la han planteado los investigadores después de analizar secuencias completas de los genomas de 60 perros domésticos de 14 razas con 12 lobos de distintas partes del mundo.A partir de este trabajo identificaron 36 regiones de su genoma relacionadas con el desarrollo del cerebro y el metabolismo del almidón, una molécula que le sirve de reserva alimenticia a las plantas y que, a través del arroz, el trigo o la patata, proporciona más del 70% de las calorías que los humanos consumimos en el mundo. El análisis sugiere que, por un lado, la diferenciación incluyó unos cambios de comportamiento en los que se favoreció la selección de rasgos como una menor agresividad y menos miedo a las personas, y por otro, el incremento en la expresión de una enzima que facilita la digestión del almidón y con él los cereales que podían producir las primeras sociedades agrarias.
Este planteamiento no descarta que antes del desarrollo de la agricultura, los nómadas no capturasen lobeznos para educarlos como guardianes o cazadores. Sin embargo, sugiere que, en los orígenes de la revolución agraria, la aparición de restos de alimentos ricos en almidón en las inmediaciones de los poblados humanos atrajeron a los lobos convirtiendo estos espacios en lugar de encuentro entre los humanos y los lobos más sociables y que este acercamiento favoreció la domesticación.
Erik Axelsson, investigador de la Universidad de Uppsala y líder del estudio, aclara que no cree que hubiese mucha comida disponible en aquellas basuras neolíticas. “Creo que algunos lobos eran buenos complementando su dieta normal con los restos de estas basuras. Quizá esta capacidad fue muy importante para estos lobos e hizo que tuviesen éxito”, explica Axelsson. Además, “para poder acceder a ese alimento que era importante para ellos, los lobos tenían que ser tolerantes al estrés (no salir corriendo cuando los humanos se acercasen)”, añade. De esta manera, poco a poco, los lobos perdieron tamaño cerebral y redujeron el de sus dientes, mientras mejoraban su capacidad social y se empezaban a ganar el apelativo de mejor amigo del hombre.