Nos escribe José Luis para contarnos su historia con sus canes, Chata y Piñón. ¿Cómo no compartir un texto tan maravilloso? Bellas palabras que reflejan con ternura y humor y mucha verdad ese vínculo animal que algunos tienen la fortuna de vivir y cuidar y disfrutar. Una historia de un amor perruno doble que es también un alegato contra el abandono, contra las excusas o la dejadez... Sí, una historia de amor perruno, algo tan sencillo y tan importante a la vez.
"Chata vive conmigo desde hace casi 17 años y Piñón esta Navidad ha hecho 6 años. Y yo soy Jóse y voy a cumplir 50 años
Chata es una perra abuela, hemos envejecido juntos, que apareció en mi vida de casualidad un 14 de febrero, está un poco sorda, no ve bien con las cataratas, tiene artritis pero con su medicación hay días que se pega su homenaje en forma de carrera cortita mientras ladra tras Piñón buscando jugar. A veces no tiene muy claro donde hay que hacer el pis y se agacha con la desvergüenza que da el tener sus años, me mira y yo no la riño, le digo que no pasa nada y que para eso están las fregonas.
Lo que no le falla es el olfato y el gusto, cuando huele que cocino se planta allí tirada tan grande como es, (25 kilos de pura bola de pelo blanca ya casi entera), mendigando o robando al descuido si dejo algo que ella alcance aún con su artritis; come como una lima nueva, especialmente el pescado la hace perder la compostura y lo que pierde con la artritis lo gana en agilidad para alcanzarlo.
Chata es de una camada no deseada cruce de Golden Retriever con a saber que, cuando los Golden eran los perros de moda en este pais, como antes lo fueron los Pastores alemanes, o los Doberman o los Bichones o los Yorkshire. Como ahora lo son los Turco Andaluces (perros de aguas) o los Boder collies o los Bulldog francés que pueblan protectoras, casas de acogida y cunetas de carreteras.
Llegó a mi cuando las depresiones me habían ingresado ya un par de veces en el hospital y logró sacarme una sonrisa, tan pequeña ella, tan bola de pelo que hizo que no haya podido usar ropa oscura en todos estos años por ser un imán para sus pelitos.
Con siete años la operamos de tumores mamarios, hace unos meses le volvieron a salir más feos y nos daban un par de meses antes de que aquello se descontrolase definitivamente. La operaron, la envolvieron como una momia porque hubo que injertar piel y al día siguiente ya estaba pendiente de comer. Piñón hizo de enfermero como hacen los perros, a lametones y tuvimos ahí una conversación larga y seria. Ya han pasado casi 5 meses y aquí sigue, tras de mi siempre, dormida bajo el escritorio, y apoyada en mis pies, donde tengo que trasladar su cama.
Ha recorrido media España, se ha bañado en todos los mares, riachuelos, lagos, fuentes y piscinas que ha encontrado a su paso, ha vivido en Sevilla, en Madrid, en Valdemoro, en La Herradura, se ha montado en coche, en coche descapotable, ha puesto sus orejas al viento, en barco, se ha emborrachado una vez que fue a masticar unas latas de cerveza bajo la mesa y otra se comió una pastilla de las mías para dormir y la tuve dos días con el tercer párpado a la remanglillé y teniendo que cargar 25 kilos de pelo para llevarla a la cama o levantarle el culo para que hiciera sus cosas.
Piñón es un amor, un amor en grande, un Turco andaluz de casi 26 kilos negro carbón, que se empeña en dormir la siesta tumbado boca arriba conmigo, al que no le gustan las palomas ni los gatos (vaya), tampoco es muy sociable con otros perros que se acercan a su oveja particular que soy yo y odia las motos; a la cartera la mira fijamente entre sus rastas y si se deja la olisquea con afán pero no la convence mucho, a mi tampoco me gusta, la verdad. Debo tener ya alma de perro
Cuando le ofreces comida, el nunca pide, se acerca despacito, la olisquea, la toma suavemente y si no le gusta la deposita en el suelo fuera de mi vista, todo por no hacerme un feo.
Decía mi ex, dice, (que las palabras que se dijeron y causan emociones positivas siempre están ahí dispuestas a ser nombradas en presente), que soy la única persona en el mundo con satélites propios. Allá donde voy ellos vienen y planifico una gran parte de mi vida en torno a ellos. Son lo primero que veo cuando me despierto, son lo último que veo cuando me duermo.
Piñón es un perro velcro auténtico, de esos que no se separan de ti, pero tampoco pierde de vista a su mami postiza, compañera de juegos y lametones. Piñón salta delante de mi ladrando de alegría cuando vamos a la calle, corre como un loco por el campo sin medida, persiguiendo rabos de nubes, o se mete en el agua del mar ladrándole a las olas.
Hace unos años las cosas me vinieron muy mal, tuve un cáncer que me tuvo entretenido un año con cirugías, quimio y demás historias y me recomendaron que no me acercase mucho a los perros por aquello de no pillar infecciones con un sistema inmunológico bastante jodido, tampoco podía cuidar de las plantas de mi terraza sin colocarme guantes, gafas y máscara, le pedía a un amigo que me enviase fotos al móvil de las flores brotando, eso me hacía sentir que las cosas no podían ir a peor.
Dejé a Piñón, que era el más activo, en una "residencia" que me recomendaron y regresó lleno de garrapatas, me lamió, me besó, yo lo abracé y me lo llevé a lavar para quitarle tanto bicho inmundo. Los dos se quedaron conmigo en casa de mis padres, en mi habitación de niño, el resto de mi tratamiento.
Yo solía ( y a veces aún lo pienso) pensar que iba a ser de mis perros si yo me moría y me daba una pena terrible imaginarlos tan solos, yo tan sin ellos y ellos tan sin mi, mis padres son ancianos y no pueden hacerse cargo de ellos, acostumbrados, pegados siempre a mi, orbitando alrededor de un humano loco y cabezón que pone canciones en el coche que ladramos los tres.
Con lo del cáncer vino un hundimiento económico importante, pero mis perros tuvieron sus vacunas, sus revisiones, su buen pienso, sus juguetes y sus huesitos para morder, yo cambié de piso a uno más pequeño, pero con una gran terraza, donde pagaba menos, consumía productos de menor calidad y de otros simplemente me privaba y lo hacía por dos motivos, el económico y el que mis perros no tuviesen menos ni les cicateara en lo fundamental.
Los viajes de Sevilla (donde me trataba) a Madrid (donde vivía y trabajaba) eran épicos, yo cansado y Piñón y Chata animando a ladridos el viaje, llegar a casa, tirarme en el sofá y estar ellos dos allí en modo velcro, dándolo todo con sus patas y lametones.
Desde entonces cuando a Piñón le digo: ¿me das amor?, viene, se apoya en sus patas traseras, pone las otras en mis hombros y pega su cabeza a mi pecho, justo donde está el corazón y yo siento el suyo latir apoyado en mi y como se van ralentizando los latidos hasta llegar a un momento de calma interior.
Chata ha enseñado a otras personas que los perros no hacen nada, que se puede jugar con ellos, que están ahí para darlo todo de forma incondicional, que los ladridos son su forma de demostrar su estado de alegría y que aunque no vean a alguien en años cuando lo vuelven a hacer ladran y lloran de alegría.
Piñón me enseña que hay un amor especial, que está dispuesto para darme un lametón cuando tengo un mal día, sigo de revisiones y además padezco un trastorno bipolar que me hace padecer unas depresiones tremendas pero que a veces mejoramos yéndonos los tres a la playa a correr, a ladrarle a las olas, a compartir el bocata y el agua, a tumbarnos al sol de invierno que nos calienta.
Y ponen ese punto de alegría en mi vida cuando todo va cuesta abajo. Ellos me han aportado más, infinitamente más, que la mayoría de las personas que se han cruzado en mi vida en forma de amigos o conocidos.
Yo he adoptado a mis dos amigos de cuatro patas y me corresponde cuidarlos hasta el día que decidan marchar, darles una vida digna y darles un digno final, protegerlos, jugar con ellos, alimentarlos, procurarles atención veterinaria y si por mala suerte me toca a mi partir antes, primero buscaré quién se haga cargo con el mismo amor de mis amigos, que entienda los miedos de Piñón, que sepa lo que le gusta a Chata.
Muchos buscan la felicidad en cosas materiales, para mi la felicidad tiene cuatro patas, ocho y solo un rabo en mi caso.
Mis amigos peludos no son mis hijos, (ojalá), pero son casi mi todo o forman parte de mi todo y yo para ellos si soy su padre o su oveja a la que cuidar y yo les correspondo, a veces me pongo a cuatro patas y miro por encima de sus cabezas para ver lo que ellos ven, para ver el mundo como ellos lo hacen.
Hay una foto de Piñón apoyado en mi hombro y aproveché el título de un libro de Santi Balmes para expresar que es lo que siento, que es lo que creo que el siente: Yo mataré monstruos por ti. Ellos matan mis monstruos interiores que provoca la depresión y que a veces me persiguen sin darme tregua.
Un año, creo que el peor de mi vida, harto de llorar, sin amigos, recién terminado los tratamientos contra el sarcoma, sólo, económicamente hundido, laboralmente acabado, fisicamente derrotado, salí a la lluvia de mi terraza en Madrid dispuesto a dejarme ir desde la sexta planta, con un vértigo tremendo y los vi allí entre mis lágrimas y la lluvia intensa de diciembre, plantados mirándome, me senté en el suelo y los abracé llorando como alguien que lo ha perdido todo, y los encontré y encontré una razón (dos), para seguir viviendo a pesar de todo.
Y a pesar de todo me empeño en vivir y en acompañarme de estos dos amigos peludos que me dan vida y me hacen sonreír cuando el día viene malo. Pronto intentaremos mudarnos a las afueras de Sevilla, donde finalmente volví, a un sitio donde colocar plantas que olisquear, donde poder acoger a algún cuatro patas que necesite una oportunidad, que esté cerca de la playa para ir a corretear y perderse.
Así que si pretendeis deshaceros de vuestros amigos por no se que extraña razón de no poder, os aseguro que aún en las peores circunstancias hay que hacer un esfuerzo, ellos no entenderán jamás que te puedas marchar destruyendo el mundo que conocen y en el que se sienten seguros y felices.
JL."