¿Primera verbena de Sant Joan con tu perro? ¿Hasta ahora tu can no ha tenido nunca problema con los petardos? No te confíes, hay perros que pueden desarrollar ese pánico a los estruendos cuando se hacen mayores o sencillamente por un gran susto. Y la situación suele ir a peor porque un suceso traumático puede desembocar en una fobia.
Es lo que le pasó a Groucho, el protagonista de esta historia… Él parecía llevarlo bien hasta que llegó la noche de Sant Joan: su ansiedad fue tal que acabó en urgencias.
Groucho, el galgo tranquilo
Groucho llegó a Barcelona a mediados de febrero del 2020, justo un mes antes del confinamiento de la pandemia de COVID19. Fue adoptado por una familia de Barcelona. Venía, como muchos de sus congéneres, de vivir en el campo andaluz, donde fue abandonado con 3 años por su dueño galguero por no servir para cazar.
Este guapo lebrel sevillano, se adaptó muy rápido a la vida urbana y a sus nuevos compañeros de piso: tres humanos, dos gatos y una tortuga. Se relacionaba muy bien con la gente y los perros de la ciudad, y paseaba tranquilo por las calles del Eixample. Su único problema era una ansiedad por separación que le fue curada gracias al confinamiento. El encierro le sirvió para entender que esa sería su familia a partir de entonces y que no le abandonarían nunca. Aparentemente no tenía miedo a nada ni a nadie.
Salida del confinamiento, llegada del verano y ¡los petardos!
Llegó la semana de finales de junio del 2020, la cual coincidió ese año con un la primera apertura del confinamiento de la pandemia. Las calles de repente se llenaron de gente, empezaron a coincidir con más perros y se escuchaban algunas explosiones dispersas. Sant Joan estaba a la vuelta de la esquina. Su familia observaba a Groucho atentamente para ver si tendrían que tomar medidas para la noche del 23, pero los petardos no parecían importarle mucho más que otros estímulos externos.
Su familia se alegró mucho, y creyó que Groucho no tendría una noche demasiado mala esa verbena. De hecho, su anterior galgo, Vadim, ni se inmutaba ante las explosiones y estruendos de Sant Joan. Agradecieron que su caso fuera el mismo, pero aun así, decidieron, al ser la primera verbena del sevillano, acompañarlo junto a sus compañeros gatunos Enzo y Vito.
Una noche de infarto
La noche del 23 de junio estuvo lejos de ser calmada. A la tarde empezó ya el arsenal pesado. Las tracas, los petardos y las bombas iban en aumento, a la par que la ansiedad de Groucho. Sus síntomas eran cada vez más fuertes: cara aterrorizada: ojos desorbitados, boca abierta; jadeos; lloros; carreras por la casa en busca de refugio; convulsiones en todo el cuerpo y el corazón que parecía que le iba a explotar.
Su familia había confiado en que todo iría bien, por lo que no tuvieron ni la precaución de tener un calmante a mano, solo contaban con feromonas que no hacían efecto alguno. Lo que les llevó a tener que llamar a un veterinario de urgencias y salir a las tantas de la noche en medio del bombardeo a buscar medicación.
Veterinario y sablazo de urgencias
En el veterinario, en donde ya estaban informados del caso de Groucho, al llegar, comentaron que, por protocolo, no podían entregar la medicación sin ver al perro y que, quizás, si estaba en un punto muy alto de ansiedad, ya era demasiado tarde para administrársela. Su humana insistió. Las posibilidades de traer al galgo en su estado con la ciudad convertida en un polvorín eran nulas, por no hablar del tiempo, que ya jugaba en su contra. Con estos argumentos logró convencer a los practicantes de guadia, consiguiendo que le dieran los calmantes y marchó a casa corriendo después de pagar unos 150€ por la emergencia veterinaria.
En casa, Groucho estaba atrincherado en el baño con sus compañeros de batallas, los dos gatos y su dueño, quien les hablaba y acariciaba sin parar. Finalmente le administraron el calmante que vomitó a los 15 minutos. Después de eso ya se relajó y durmió hasta el día siguiente.
Desde entonces Groucho sufre miedo incondicional a los petardos en cualquier ocasión que estos estallen: festividades, conciertos, partidos de fútbol y sobre todo verbenas veraniegas.
Su familia ya saben que deben cerrar la casa a cal y canto, poner música, y si la ráfaga es demasiado potente tienen siempre a mano un gel calmante que le administran en contacto con las encías y lo seda. No es lo ideal pero es el mejor remedio que han encontrado hasta la fecha si se encuentran en la ciudad.
En el caso del primer año de Groucho en Barcelona, no se tuvo en cuenta un fenómeno que explica muy bien el veterinario y etólogo Jaume Fatjó cuando habla del desarrollo del miedo a los ruidos fuerte de los perros: cuanta más exposición se tiene a un estímulo negativo, cuando ya tienes una percepción negativa de algo, normalmente la sobreexposición lo que hace es retroalimentar el problema.
Retiro (algo) lejos del mundanal ruido
Este año han optado por llevarlo a la residencia donde pasa las vacaciones cuando sus humanos se van de viaje, la cual se encuentra en un parque natural y los petardos y fuegos de artificio están vetados. Irremediablemente oirá las explosiones, aunque sea de lejos pero lo hará acompañado de otros perretes con fobia a los ruidos como él. Esperemos que se apoyen, y distraigan mutuamente.
La precaución es la mejor defensa
La moraleja es que no os confiéis de la 'tranquilidad' o pasotismo de vuestro perro ante los petardos de estos días previos a Sant Joan si todavía no habéis experimentado una verbena juntos. Seguid los consejos previos, ¡no os saltéis ni uno!Y ante todo: acompañamiento, observación, paciencia y mucha, muuucha calma.
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