Las utilidades de la IA son muchas pero, por el momento, también sus limitaciones. Aún así, no se puede descartar que a través de la Inteligenia Artificial podamos tener más información sobre las emociones más sutiles expresadas por los animales que viven en familia, por nuestros perros o gatos.
Dado que una gran mayoría de las personas no son muy adeptas a la hora de leer lo que realmente les dice su perro (o gato), es bastante útil saber qué avances reales hay en el campo de la IA que pudieran ser una ayuda.
Sobre esto han charlado el profesor Daniel Mills, experto en comportamiento animal en la Universidad de Lincoln, y la doctora Samantha Gaines, responsable de ciencia de animales de compañía en la RSPCA, en el podcast Animal Futures de la RSPCA.
Compartimos un resumen de este interesante episodio en el que ambos expertos destacan tanto las posibilidades como los límites de la tecnología cuando se trata de mejorar la vida de perros y gatos.
Daniel Mills ha desarrollado, junto a su equipo, un sistema de IA capaz de identificar signos de dolor en gatos a través de sus expresiones faciales. Utilizando visión por ordenador, la herramienta analiza cambios sutiles en las orejas, los ojos o el hocico, alcanzando niveles de precisión superiores al 90 %.
También ha investigado cómo los perros interpretan a otros perros y a las personas. Mientras los humanos solemos fijarnos en los ojos, los perros se centran más en las orejas, claves en su lenguaje corporal. Además, ajustan su comunicación según el contexto: a distancia, dan más importancia a la postura general y a la cola; de cerca, al rostro.
Uno de los obstáculos que señala Mills es la falsa seguridad de quienes creen que ya entienden perfectamente a su animal. Hay muchas creencias que no han sido contrastadas científicamente: en este sentido, la IA puede ayudar a observar mejor y de forma más objetiva pero siempre complementando la observación humana, no reemplazándola.
Curiosamente, explica, en una de sus investigaciones descubrieron que algunas personas con formación en comportamiento animal interpretaban peor ciertas emociones faciales que quienes no la tenían, precisamente por centrarse en rasgos aislados en lugar de observar el conjunto.
Otro hallazgo preocupante es que las características que a los humanos les resultan "adorables" —hocicos cortos, ojos grandes, frentes anchas— son las mismas que pueden aparecer en animales con dolor.
Es el caso de razas como los gatos persas o los perros braquicéfalos (pugs, bulldogs). Esto tiene una consecuencia práctica peligrosa: las campañas sobre los problemas de salud de ciertos perros y gatos, debidos a su morfología extrema, podrían hacer que más personas quieran ayudarlos o rescatarlos (y que se decanten por comprar a más perros o gatos de esas razas).
Samantha Gaines, desde la RSPCA, valora las oportunidades que ofrece la IA para detectar comportamientos como la ansiedad por separación. Cada vez hay más dispositivos que graban al animal durante el día y ofrecen análisis automáticos de su conducta.
Pero Gaines es cauta: “La precisión es fundamental. No todo lo que parece ansiedad lo es. Y algunos perros han aprendido a ocultar señales por miedo a ser castigados”. También advierte contra el uso de dispositivos que pretenden sustituir la interacción humana con juguetes automáticos: “Los perros necesitan contacto social real, no solo entretenimiento”.
Ambos expertos coinciden en que la tecnología puede ser una gran aliada… si se utiliza bien. Pero también puede confrontarnos con realidades incómodas. ¿Qué hacemos si descubrimos que nuestro perro o gato no está tan bien como creíamos? ¿Estamos preparados para cambiar nuestros hábitos?
Más conocimiento siempre implica más responsabilidad. Y quizá, gracias a la IA, estemos entrando en una nueva etapa de comprensión animal.
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