Esta mañana me he despedido de Colega. Se ha ido rápido, de un día para otro, sin casi avisar, sin apenas sufrir. Colega era, es para mí, un perro bueno. Mi amigo. Mi sombra y mi corazón, el único que conseguía que mis enfados imbéciles duraran dos minutos. El único que me hacía realmente feliz, como los niños son felices: jugando, corriendo, viviendo sin más a su lado, todos los días y a todas horas. En nueve años sólo hemos estado separados un puñado de días.
Colega, mi primer perro, cambió mi mundo para siempre.
Me es del todo indiferente que suene como suena: le quiero y le he querido más que a nadie. Con un perro no hay barreras.
Ayer por la mañana aún tenía ganas de jugar un poco a la pelota. El domingo pasamos una mañana feliz y tranquila entre arboles y sombras en el Retiro, cuando aún hacía fresco, en un recoveco aislado. Allí le saqué sus últimas fotos contento. Con sus palos, patas arriba como a él le gustaba cuando estaba disfrutando, jugando, olisqueando.
Para mí, Colega ha cambiado el mundo paseo a paseo, foto a foto. Ha posado serio y formal, siempre guapo y paciente con su pajarita colorada, en centenares de lugares; ha viajado conmigo por toda España dejándose querer: Colega era particularmente cariñoso con los humanos, cada vez más. No sé qué le gustaba más si una chuche o un mimo. Ha posado feliz en playas y parques, transmitiendo alegría con su mirada. Y ha demostrado que un perro urbano razonablemente bien educado no sólo puede ser bienvenido en casi cualquier local sino que su presencia genera buen humor.
Sí, Colega ha cambiado el mundo perruno en España. Gracias a su trabajo y a su presencia constante en medios y redes sociales, gracias a su ejemplo, en los últimos cinco años la realidad de los dueños de canes urbanos es muy diferente ahora. Yo lo sé. Él no sé si lo sabía pero lo disfrutaba, porque podía acompañarme a tantísimos sitios cada día. Y allí, desde Gijón a Valencia, por supuesto en Madrid y en Barcelona, siempre encontraba a algún humano dispuesto a tirarle la pelota, a hacerle mimos.
Él ha sido el pionero, abriendo el camino por el que transitan cómodamente otros.
Pero Coleguilla era, sobre todo, mi alma. Colega era quien que me hacía seguir adelante cada día cuando a veces no tenía fuerzas y todo me resultaba demasiado complicado. Colega hacía que este proyecto mereciera la pena. Trabajar pata a pata con él, dar paseos que a veces eran eternos, sentarnos juntos a tomar algo, charlar con gente interesante que le ofrecía un cuenco de agua y que se mostraba amable conmigo precisamente por su presencia… todo eso, y mucho más, se lo debo a Colega. Mi perro. El perro que cambió mi mundo y el perro que cambió el mundo.
Así que espero que entendáis que SrPerro estará una temporada de baja, necesito aprender a vivir y a estar sin escuchar el habitual traqueteo de las patas de Colega a mi vera, mi música favorita, junto con su respiración, de noche, en mi cama.
Gracias por vuestro apoyo y comprensión.
Micaela de la Maza, 2 de agosto 2016