Paula G es la gran impulsora del senderismo con perro en Galicia, en su web, Perrunadas, va describiendo las fabulosas rutas que ella recorre junto a sus canes de forma cotidiana. Pero Paula es, sobre todo, una humana extra perruna y no sólo porque comparta su vida con cuatro perras y un perro... Es casa de acogida para perros viejitos, como Arwen, de 11 años (aunque viéndola... ¡quién lo diría). Esta es su historia, Paula la ha compartido con nosotros para mostrar lo especial que puede ser acoger o adoptar a un can mayor.
"Decidí hacerme casa de acogida para viejiños hace mucho tiempo, pero me daba tanto miedo no saber asumir sus muertes que tardé casi el mismo en decidirme a serlo. Tanto que, cuando empecé a valorarlo vivía en las afueras de Vigo en una casa con mis tres perras,Garimba, G y Leia, todas adoptadas (G y Leia en el Refugio de Animales de Ponteareas, en Os Biosbardos), y cuando por fin me lancé ya tenía acoplado a Solo, un cachorro mestizo de pastor que alguien abandonó en la aldea de Lugo en la que vivimos ahora.
El primer viejiño que entró en nuestra casa se llamaba Durin y venía a morirse, tenía solo siete años pero estaba condenado por una grave insuficiencia renal.
Colgaron su foto en el muro de Facebook de la Protectora de Lugo con una llamada de auxilio: buscaban un lugar para que Durin muriese con dignidad. Sin pensarlo, me fui a por él. Y Durin no vivió unos días, sino más de tres meses, y fue tan feliz durante ese tiempo corriendo por el monte y teniendo una familia numerosa que cuando se murió no sentí tristeza. Bueno, sí, mucha: pero era una tristeza nueva, una tristeza alegre que jamás antes había sentido.
Te cuento esto porque si no llego a vivir ese momento, ese instante en que le dije adiós a Durin y sentí esa tristeza extrañamente feliz, Arwen nunca habría llegado a casa. Si la muerte de Durin me hubiese superado, probablemente no hubiese repetido la experiencia. Pero gracias a él tuve clarísimo que siempre querría tener un viejiño en casa con la manada. No hay nada igual a ver a un perro condenado a vivir su final abandonado, solo, muerto de tristeza, volver a sentirse vivo. Es alucinante.
Recogimos a Arwen en la prote de Lugo un día precioso de junio. Era una bolecha pequeña y triste, y a los diez minutos estaba corriendo como si no hubiese un mañana en el bosque donde habíamos quedado con Os Pillabáns, que son Sabela y su manada (ella ayuda a muchísimos animales, es una heroína).
Se podría pensar que Arwen se asustaría al verse de repente con siete perros alocados como los nuestros, corriendo y jugando entre ella. Pero no, empezó a trotar con ellos, como si siempre hubiese vivido con el Comando G y no fuese una ancianita de 11 años que acababa de salir de una prote, donde vivía en un canil con no sé cuántos perros más.
Han pasado siete meses, Arwen ya tiene doce años y dos kilos más que cuando la adoptamos (los vetes me riñen muchísimo, pero porque no la ven correr con su increíble agilidad, jejeje). La bolecha tristona es ahora la perra más alegre que he visto jamás. Una viejiña que se despierta jugando conmigo, o con alguna de las perras. Que corre con la manada detrás de las cigüeñas, que rastrea y trota por el monte como si llevase toda su vida siendo libre y nunca la hubiesen tirado como si no fuese nada más que basura.
No sé cuánto tiempo vivirá, espero que muchos años, pero aunque se muriese hoy, o mañana, sé que volveré a sentir esa tristeza llena de alegría que sentí con Durin.
No hay nada tan bonito como ver este proceso maravilloso que para un humano sería tan duro y para un perro parece tan sencillo: vivir el presente, dejar atrás una vida horrible para centrarse en ser feliz en la que tiene.
Me maravilla su capacidad de vivir el momento, me fascina ver cómo una manada se acopla al nuevo perro con pasmosa naturalidad, cómo respetan a los ancianos (Arwen ha sido la reina de la casa desde el primer día, cuando se coloca en primera línea frente a la estufa nadie rechista) y cómo se quieren.
Así que, ¿os recomiendo adoptar a un perro anciano? Sí, y mil veces sí."